Desde Belice entré a este país con una gran curiosidad pero también con cierta inquietud. ¿Por qué casi nadie se aventura a ir? ¿La seguridad ha mejorado lo suficiente? Si me desborda la situación ¿podré salir a tiempo?
Afortunadamente, la experiencia es un grado y yo tuve en 2014 un buen susto en La Paz, Bolivia. Lo suficientemente grande como para que la lección se me quedara grabada a fuego, pero no tanto como para contener mi curiosidad viajera. Estuve a punto de ser víctima de un secuestro express que solo en el último momento se truncó.
Esa experiencia me hizo entender a un viajero catalán que había conocido unos meses antes en Chile y que venía viajando desde México sin aviones. Él se reía al verme salir con mi mochila pequeña y me preguntaba qué llevaba en ella. Yo le respondía que lo necesario para el día: agua, un chubasquero, gafas de sol, crema solar, etc. En La Paz aprendí que nada de eso era necesario y a partir de entonces, cuando me muevo en una ciudad insegura, activo lo que denomino el "Modo robo". Eso significa que solo llevo algo de efectivo generoso, pero sin cartera ni tarjeta de crédito y, si necesito Google Maps o llamar a un Uber, llevo un teléfono básico. Nada más. Este "Modo" me da mucha confianza al saber que carezco totalmente de valor para alguien con malas intenciones. También me hace admirar enormemente a las mujeres viajeras, pues ellas no pueden pasar desapercibidas ante esas personas.
Con el Modo Robo activo entré en Honduras y descubrí un país extraordinario y una gente amable. Pero lo que más me sorprendió fueron los viajeros que conocí en Honduras, tan extraordinarios como el propio país. Es cierto que en sus dos grandes ciudades: San Pedro y Tegucigalpa, mantuve el Modo Robo activo, pero sinceramente no tuve la más mínima sensación de peligro. Claro es que por la noche me moví principalmente en Uber.
Antes de entrar tuve la suerte de conseguir un voluntariado que casualmente estaba en Omoa, muy cerca de la frontera, así que lo primero que hice al entrar al país fue pasar cinco días colaborando con una familia en su plantación de cacao. Fue un privilegio comenzar a conocer Honduras desde el seno de una familia local y con la actividad física requerida para el cacao. También lo fue conocer una pequeña parte del enorme trabajo requerido para disfrutar de nuestro chocolate en casa. Además, Omoa es un pueblo costero, así que tras el almuerzo me quedaba tiempo para disfrutar de la playa, excepto el primer día que caí frito sobre las seis de la tarde. ¡Gente de ciudad!
Mi segunda parada importante fue en Utila, un paraíso para el buceo con uno de los precios más baratos del mundo en buceos y cursos y ubicado en la segunda barrera de coral más grande del mundo. ¡Una combinación inmejorable! Quise hacer algunos buceos y acabé haciendo dos cursos y disfrutando de la maravilla del arrecife y sus pobladores.
Aquí tuve el primer contacto con los viajeros que se aventuran en este país. Un mismo tipo de viajeros que me fui encontrando en el resto de mi periplo hondureño. La fama de Honduras asusta, por lo menos a mí me asustó, así que la mayoría de los viajeros que entramos aquí estamos haciendo un recorrido de larga duración y tratamos de no excluir ningún país. Una gran excepción es el turismo que llega a Roatan, que es una isla contigua pero mayor y con aeropuerto y que muchos turistas y jubilados, sobre todo de Estados Unidos y Canadá, visitan sin necesidad de deambular por el resto de Honduras.
Lo cierto es que no dejaba de admirarme al ir conociendo a mis compañeros de buceo y así pasó en el resto de los alojamientos donde estuve. Para poner un ejemplo, mi instructora de buceo y su novio, otro de los instructores, son argentinos y habían terminado un viaje de siete años en bici por toda América, pasando por Ushuaia y llegando al océano glaciar ártico. Uno de los grupos de personas con quien más me juntaba eran unos chicos franceses que llevaban años en una furgoneta camperizada comprada en Chile. Hace más de seis meses que su madre se jubiló y viajó con su perra para encontrarse con su hijo y nuera, compró otra furgoneta en Centroamérica y ahora viajaban los cuatro juntos.
Otra cuestión que también me sorprendió fue la cantidad de personas que llegaron a Utila para hacer unos buceos durante tres o cuatro días y de eso hacía meses. De hecho unos cuantos vinieron para obtener el titulo básico -Open Water- y se iban con el de instructor -Dive Master-. Lo llamaban "from zero to hero". Definitivamente Utila tiene un imán especial. Sus fondos marinos son parte de ese imán pero su comunidad de viajeros es la otra parte.
Tras mi experiencia bajo el agua me tocaba ir a conocer el interior. Se trata de un país muy montañoso con una naturaleza extraordinaria gracias a su clima tropical. Disfruté de ríos, cascadas, lagos y, como no, de más viajeros extraordinarios.
Pero Honduras también tiene grandes ciudades y mi "Modo robo" me dio la confianza necesaria para disfrutar de ellas. De hecho, me sorprendió ver como me desenvolvía con tanta soltura en una ciudad, cuando generalmente yo las evito o simplemente no me siento del todo cómodo. Lo cierto es que tanto en San Pedro Sula como en Tegucigalpa me moví de día sin problemas caminando y encontré a una gente muy amable, que en ocasiones saludaban por la calle y que me ayudaron con muy buena disposición siempre que se los solicité. Incluso me animé a salir de noche a varios conciertos y hasta fui por primera vez a un partido de fútbol, a ver "el clásico" hondureño.
Por supuesto que no estuve muchos días en ellas, pero en el caso de "Tegus" sí que me quedó pena de irme porque el día antes hice un recorrido por el Parque Nacional Tigra, a las puertas de la ciudad, y cuando regresaba me pararon en autostop los dueños de una empresa de turismo activo: "Honduras extrema" y me estuvieron enseñando actividades que ellos hacen en los alrededores de la capital. Me pareció asombroso todas esas posibilidades casi a las puertas de Tegucigalpa. Me hubiese encantado quedarme más, pero ya tenía el billete de bus para el día siguiente ir al Salvador.
Desde mi alojamiento en San Salvador escribo este nuevo capítulo en mi diario de viajes y recuerdo los días pasados en Honduras con un cariño especial por cómo entré a ese país, con bastante recelo y casi como un deber moral de no excluirlo, y salí encantado de sus paisajes, de sus gentes y de sus visitantes.
Honduras ha sido un regalo inesperado y maravilloso en mi camino que me hace estar agradecido al enorme privilegio que supone poder tener el tiempo necesario para haberlo encontrado.