martes, 20 de agosto de 2024

Caminos de agua. - Julio y Agosto / 2024

Toda mi vida he sentido una atracción por desplazarme lenta y silenciosamente remando en una piragua por ríos, lagos o mares. Pero fue en el 2014 cuando conocí a una familia canadiense con la que pedaleé durante dos semanas me contaron que el año anterior habían hecho un viaje de más de tres meses por el Río Mackenzie en Canadá. Cuando vi el vídeo de su asombrosa proeza, narradas con una sencillez y humildad abrumadoras, las ganas de realizar un gran viaje por un río se me quedaron grabadas. Fue una ventana que se me abrió a algo nuevo y desconocido para mí.

Al año siguiente cayó en mis manos el libro "Caminos de Agua"  del gran Román Morales. Un tinerfeño que en una aventura extraordinaria recorrió en piragua los ríos mayores de Suramérica, enlazando desde Montevideo hasta el caribe zurcando el Río Paraná, la cuenca del Amazonas y el Río Orinoco durante más de dos años de singladura. Cual Quijote buscando sus molinos, ese verano me fui al Amazonas y cuando ya creía imposible conseguir un kayak, pude alquilar uno y recorrer durante seis días una minúscula parte del Río Tapajos tributario del inmenso Amazonas. Esos días me sentí privilegiado, sobre todo al inicio de cada uno, en que comenzaba a remar con las primeras luces, tiempo antes de la salida del sol, recorriendo el laberinto formado por el igapó -bosque inundado por la crecida del río- en que a veces sorprendía a más de un pájaro que no se percataba de mi silencioso acercamiento.

Hace como un año, por casualidad me enteré que Javier Reverte había hecho en 2006 una expedición por el Rio Yukón sobre la que publicó su libro "El río de la luz". El Río Yukón nace cerca de Whitehorse, en Canadá, y atraviesa todo Alaska para verter sus aguas cerca del estrecho de Bering.


Como explica Reverte, el Yukón no solo es uno de los ríos más imponentes de Norteamérica, sino que también fue testigo de una de las mayores locuras de la codicia humana. En 1896 se descubrió oro en Klondike, muy cerca de Dawson City, casi en la frontera entre Canadá y Alaska, que desató una estampida humana de buscadores de oro, algunos de los cuales sin experiencia en la naturaleza, pero que igualmente se lanzaron a subir montañas nevadas de mil metros cargando como bestias los víveres y utensilios para pasar el invierno, a construir balsas y recorrer casi mil kilómetros sobre las aguas del Río Yukón, a enfrentarse al cruro invierno rozando el circulo polar y a la rudeza de unas ciudades sin ley creadas de la noche a la mañana. Hacerse ricos o morir, esa era la premisa que poca gente relató mejor que Jack London, el cual participó de la vorágine quedando atrapado por el invierno de 1897. Aunque no consiguió oro, si pudo salvar su vida y escribir varios libros basados en aquella locura de oro y muerte, que fueron de los más leídos en su momento.

Buscando en internet conseguí contactar con la empresa que llevó a Reverte, e incluso con el mismo guía. Así que me apunté y a principios de julio me encontré en Whitehorse con mis nueve compañeros de expedición, el guía español que guió a Reverte, y uno local. Como venía de Centroamérica, tuve que hacer una escala en Vancouver para equiparme acorde a la expedición, principalmente ropa para la lluvia, enseres de camping y una caseta de campaña. Tras cinco meses en Centroamérica, Vancouver se me antojó como la cúspide de la limpieza, civismo y eficiencia. La disfruté enormemente.






La expedición que hicimos rememora la odisea de los buscadores de oro, así que el desafío comenzaba en Skagway, Alaska, a donde los buscadores de oro llegaban en barco dispuestos a ascender al Chilkoot Pass de 1000 metros de altura y que constituye la frontera con Alaska. En nuestro caso, la parte estadounidense estaba cerrada por un desprendimiento de tierras, así que nosotros cambiamos la ruta y tomamos un tren desde Whitehorse que nos llevó a través de un paisaje deslumbrante hasta el Lago Bennett desde donde caminamos hasta el paso Chilkoot y regresamos en cinco maravillosos días de trekking.


Una pauta común a lo largo de todo el recorrido por este Norte lejano fue que una vez que abandonamos la ciudad de Whitehorse y la vía del tren que nos llevó al lago, ya casi no vimos ni a personas ni ninguna infraestructura excepto la básica de los campamentos. Así que fueron días caminando por una naturaleza inmensa, inalterada y deslumbrante.






Insoportables mosquitos.


El día que ascendimos al paso Chilkoot fue un regalo para los sentidos. Caminando por un entorno de una belleza serena y silenciosa, con unas nubes que parecía que se iban a cerrar sobre nosotros mientras ascendíamos, pero que se iban retirando para dejarnos disfrutar del imponente paisaje que nos rodeaba. Esa última parte fue de una gran belleza pero también de un poco de preocupación pues no convenía resbalarse, principalmente en los parches de hielo que se escondían bajo la nieve. Afortunadamente no hubo ningún percance y todos disfrutamos de la grandiosidad del lugar.









Esta expedición no es para todo el mundo. Cinco días de largas jornadas de caminata, cargando en nuestras espaldas todo el material de camping, comida y equipo personal, excepto el agua que sobra en estas tierras del norte. Montando y desmontando el campamento cada día, durmiendo dos personas en una caseta muy justa para aligerar peso y compartiendo las labores cotidianas de cocina, limpieza etc. No obstante, el grupo de compañeros estábamos muy bien avenidos y todos colaboramos generosamente en las labores del grupo.





Uno de las características de esta región y que se mantendría en todo mi periplo, es la presencia de osos. Una campaña omnipresente para ser conscientes de su proximidad te enseña a evitarlos y a tratar de reaccionar bien ante un posible encuentro. Por supuesto, antes de partir de Whitehorse, un agente del parque nos dio unas instrucciones de comportamiento en este sentido. Me pareció muy curioso las cajas metálicas a prueba de osos que estaban en los campamentos, suficientemente alejadas de las casetas, en donde tenías que dejar la comida y todo lo que tuviese olor: pasta de dientes, desodorante, medicinas, jabón, repelentes, etc. También me sorprendió el sistema para eliminar el agua de lavar los platos o los dientes que también deja olor. Por la lluvia, los osos y el poco espacio en las mochilas, toda la comida iba distribuida en bolsas Ziploc . Además, cada dos de nosotros teníamos un espray anti osos el cual tenías que llevar contigo si te alejabas un poco del grupo. Por supuesto, se tenía que guardar toda la basura de las comidas en Ziplocs, incluida la personal.




Al regresar al lago Bennet, cambiamos el tren por otro medio de transporte más bonito incluso que el primero, para llegar a Whitehorse.



Tras un día de descanso y compra de avituallamiento, seguimos el recorrido de la estampida por el Río Yukón hacia Dawson City. Dos lanchas nos llevaron al final del Lago Labergepor lo que teníamos 620 km de canoa hasta nuestro destino. En ese recorrido de 11 días solo pasamos por un pequeño pueblo, Carmacks, donde nos quedamos en su camping y nos pudimos dar una ducha de agua caliente justo a mitad del recorrido.


El Yukón es un río que salvo dos o tres ciudades y algunos pueblos, su deambular trascurre ajeno a toda actividad humana. Muy diferente era en los tiempos de la ultima fiebre del oro en donde muchos aventureros descendían su curso desde su nacimiento en precarias embarcaciones, muriendo muchos en ese intento. Otra opción consistía en subir desde su desembocadura en barcos de vapor de rueda exterior, tanto los buscadores más precavidos como los víveres para abastecer esas ciudades salidas de la chistera del preciado metal. En aquellos tiempos el Río Yukón  constituía la arteria principal de comunicación de toda esa extensa zona, ya sea en verano sobre sus aguas o en invierno con trineos de perros sobre su trazado helado. Hoy en día, desde que se construyó una carretera hasta Dawson City, tan solo la aventura y el romanticismo atraen a algunas personas a recorrerlo. Ya sea en carreras de trineo en invierno o sobre sus aguas coincidiendo con los días interminables del verano. Pese a que hay algunas zonas acondicionadas para acampar por el camino, éstas son muy rudimentarias y no se ven desde el propio río, por lo que la mayoría de los días sentía el grato aislamiento de la enormidad de la naturaleza que nos rodeaba.







Llegada a Dawson

Los días en el río eran intensos: desayunar, recoger el campamento, asegurar todo el material en las canoas, remar unos setenta kilómetros con algunas paradas y almuerzo, desmontar y asegurar las canoas, montar el campamento, cavar el agujero que haría de letrina, cocinar, dormir en la caseta, volver a empezar. Físicamente exigente pero, sobre todo, carente de comodidades. Aunque la verdad es que fueron días llenos de atractivos y detalles que disfrutar: el café matutino, la cena caliente, dormir seco en la caseta, relajarse durante horas remando mientras buscábamos vida salvaje a nuestro alrededor, mirar las ondas del río o las nubes, etc.






Al llegar a Dawson y tras disfrutar de una ducha caliente y un día ocioso por ese pueblo que guarda la esencia de la fiebre del oro, regresamos a Whitehorse en furgoneta, desde donde mis compañeros de aventura volaban de vuelta a España.


Aprovechando que estaba tan al norte y siguiendo el ejemplo de Javier Reverte en su libro, quise aprovechar para conocer un poco de Alaska, por lo que había contratado una excursión en kayak por una zona de glaciares llamada Prince Williams Sound, terriblemente famoso en 1989 por las imágenes del desastre del Exxon Valdez. Así que en cinco días tenía que llegar al pueblo de Valdez. En el mapa, Valdez y Whitehorse se ven muy próximos. Whitehorse es la capital de la provincia canadiense denominada "Territorio del Yukón" y por ella pasa la famosa "Alaska Highway", que se interna hacia el centro de ese estado. Cual fue mi sorpresa cuando me enteré que no hay transporte público por esa arteria esencial. En la época del viaje de Reverte sí que había transporte hacia Alaska, tanto por tierra desde Whitehorse como por rio desde Dawson city, pero hacía años que Estados Unidos y Canadá se habían cogido una rabieta y habían suspendido esa comunicación. Otra opción que tenía era tomar un avión, pero no hay avión directo sino haciendo escala en Vancouver,  a dos horas y media de vuelo hacia el sur para luego recorrer otro tanto hacia el norte hasta llegar a Alaska. La tercera opción era ésta:


¡Lo conseguí! Cierto. Pero fue duro. Dos noches me llevó recorrer los 1030 Km que separan Whitehorse de Valdez. De hecho, tras dos tramos con éxito había llegado a Haines Junction sobre las dos de la tarde. Éste es el último pueblo antes de la frontera para la que aún quedaban 325 Km y un pedazo más hasta el primer pueblo estadounidense. Allí me planté durante horas hasta que sobre las siete comenzó a llover y tuve que desistir. Fui a un camping decidido a que al día siguiente iba a probar suerte bien temprano con los camioneros que recorren esa ruta hacia Alaska. Al día siguiente estaba plantado en el mismo sitio a las 5:30 de la mañana -ya bien de día por esos lares en verano-. Por delante de mí vi pasar unos cuantos camionazos, pero no paraban. Supongo que actualmente no se trata de camioneros conduciendo su propio camión. Capitanes, dueños y señores de su propio navío, sino de trabajadores contratados por una empresa, responsables de una maquinaria muy cara y no me extrañaría que incluso tengan prohibido parar. Lo cierto es que sobre las nueve de la mañana y con un cielo amenazando de nuevo lluvia, decidí que hasta allí había llegado mi intento, que me volvía a Whitehorse a comprar el dichoso vuelo aunque lo sintiera mucho por el medio ambiente y mi bolsillo. Mientras organizaba mi pesada mochila, ya a punto de cargármela sobre los hombros para cruzar la calle y comenzar a hacer dedo en sentido opuesto, se me acercó una persona que me preguntó a dónde iba. Le respondí que a Alaska y me dijo que él también, que me llevaba. Resultó ser Román, un joven buscador de oro moderno que desde Minnesota se aventuraba al Gran Norte a probar suerte. Una persona genial con la que compartí cerca de mil kilómetros de carretera, con algunas paradas para comer, dormir y buscar oro.



Alaska adquirió el estatus de estado de estados unidos en 1959. Me encanta su bandera.


Para quien no lo sepa, la constelación es la osa mayor, que apunta hacia una estrella solitaria, que han dibujado más grande aunque para nada brilla más en realidad. Se trata de la Estrella Polar, el Norte de nuestro firmamento al igual que Alaska es el lejano Norte de Estados Unidos.

Por fin en Valdez, comenzaba mi siguiente etapa: kayak por un fiordo en busca de glaciares e icebergs. ¿Qué más se puede añadir?

En esta ocasión había contactado con una empresa local, así que mis tres compañeros y mi guía eran estadounidenses. Generalmente mi inglés es suficiente para arreglármelas con personas que no tienen el inglés como lengua materna, pero en ese entorno debo admitir que me quedaba bastante perdido. No obstante, mis compañeros y guía eran encantadores y entendían mis silencios.

Con respecto a la expedición, fue también una experiencia extraordinaria. Un barquito nos dejó en Prince Willian Sound. Cinco personas, tres kayaks cargados y cinco dias por delante. Los primeros días de aproximación al glaciar transcurrieron remando hacia el norte por un paisaje grandioso y carente de signos humanos. Tan solo las águilas, las nutrias de mar y algunos otros habitantes de esos recónditos lugares nos acompañaban en nuestro silencioso avance. Al fondo las nubes a veces dejaban ver las blancas montañas de la Cordillera Chugach que se alzan a 4000 metros de altura.









El cuarto día fue un día difícil. Amaneció lloviendo y no cesó hasta la noche. Una lluvia torrencial en ocasiones. Desmontar el campamento no fue tarea grata. Ya en el mar, cubiertos como todos los días con botas de agua, pantalón y chaqueta impermeables, cubre bañera y chaleco salvavidas.... Dio igual. Todos acabamos empapados. La lluvia vino acompañada de viento y por tanto de oleaje. Las olas a 45° de nuestras proas rompían directamente en nuestro pecho y de algún modo el agua se colaba dentro. Ese día fue largo y duro. Remar contra esas olas y viento, con esa humedad y ese frío, no fue nada agradable. La camiseta y el forro polar bajo el impermeable estaban empapados, aunque afortunadamente nuestro propio ejercicio los mantenía calientes mientras no parábamos. Esa tarde, nuestro excelente guia nos preparó comida muy caliente, chocolate y hasta un postre caliente. Un gran detalle en el momento oportuno. No tengo fotos del diluvio. Ni estaba de humor ni era conveniente dejar de remar.

En el quinto día el tiempo se abrió. La ropa casi totalmente seca y hasta un poco de sol y cielo azul nos permitieron disfrutar de una manera especial el tramo final por el fiordo hasta el majestuoso Glaciar Columbia. Me parece muy curioso entrar en el link anterior y cambiar de la vista de mapa estándar a la de satélite. Me quedé asombrado al ver el impresionante retroceso que ha tenido este glaciar en los últimos pocos años. Me hace reflexionar sobre la brutal transformación que están sufriendo estas regiones del mundo. No es nada nuevo, pero una cosa es saber la información y otra es remar por lo que hasta hace poco, y aún se refleja en el mapa, era una mole de hielo inexpugnable. Me hace preguntarme hasta cuándo seguirán acompañándonos, hasta cuándo podremos disfrutarlos.

2024. Hasta donde llegamos.

Mapa de 1980 o incluso posterior.

En el tramo final de nuestro recorrido el fiordo gira a la izquierda y se esconde de la salida al mar. Ese giro, junto al buen clima reinante, hizo que la superficie del agua se transformara en un espejo solo alterado por las estelas de nuestros kayaks deslizándose sobre la quietud del agua. En la aproximación íbamos sorteando trozos de hielo que lentamente avanzaban hacia el mar. Algunos enormes y otros tan pequeños que escondidos casi bajo el agua hacían crujir la enclenque piel de nuestra embarcación cuando no los acertábamos a esquivar. Finalmente llegamos frente al glaciar y nos acercamos a sus imponentes tres lenguas que terminan en el agua. Nos mantuvimos a una distancia prudencial de esos inmensos muros de hielo que continuamente crujían con un sonido de truenos fantasmales que recorrían las montañas para recordarnos que esas lenguas heladas están vivas y avanzando hacia su propio abismo.









Ese quinto día nos vino a recoger otro barquito y llegamos a Valdez tarde y agotados, pero muy contento por lo vivido esos días y las experiencias compartidas con el grupo de excelentes compañeros.


Al día siguiente tenía mi barco hacia Whittier que resultó ser una travesía bajo un cielo azul brillante. Ya podía haberse adelantado un dia.


Tras tantas emociones acuáticas me apetecía un poco de montaña y cerca de allí está el Monte Denali, que con sus 6190 metros de altura es la montaña más alta de Norte América. Yo lo conocía como McKinley, pero le han cambiando el nombre hace unos años. Así que me fui en busca de montañas y la verdad es que disfruté mucho de ese Parque Nacional pese a un tiempo inclemente. Mi idea de ir a acampar dentro del parque con mi caseta no fue acertada. Para desayunar tenía que caminar bajo la lluvia hasta la caja de comida a prueba de osos y luego unos quince minutos hasta llegar a un techito donde cobijarme y poder desayunar. Al terminar, de vuelta a la caja de comida y a la caseta con la ropa solo ligeramente mojada gracias a mi paraguas. Para ducharme otro tanto de lo mismo. No obstante, disfruté de las caminatas por el parque, haciendo caso omiso de la lluvia gracias a mi pantalón y chaqueta impermeables y alegrándome en los breves momentos sin lluvia y hasta hubo momentos de cielo azul. En este entorno fue donde vi más de cerca los temibles osos de los que tanto nos habían hablado y que aún no los habia visto de cerca. En concreto, una osa con dos oseznos justo por donde íbamos a bajar en mi excursión con un guia del parque. De hecho, a los diez minutos de irse los osos pasamos por el mismo camino. Menos mal que fue en ese orden, porque una osa se puede poner muy agresiva si cree que la seguridad de sus crías peligra.


¡Bonitas vistas!


A la vuelta a Anchorage, la ciudad más grande de Alaska aunque no sea su capital, decidí quedarme en un hostel. Una habitación compartida con otras tres personas es inaceptable para muchas personas pero yo siempre los considero lugares interesantes y, en ese momento, fue todo un privilegio para mí. Era la primera vez que volví a dormir en una cama desde que abandoné Vancouver a finales de junio  -con la excepción de algunas noches de hotel con la expedición por el río Yukón-. 

Poco le queda a Agosto, los días comienzan a ser más fríos y a haber verdadera oscuridad por la noche. La lluvia me ha venido acompañando mucho tiempo pero no ha impedido que disfrute de la inmensidad y exuberancia de los paisajes de esta tierra. Ahora toca pensar un poco por dónde quiero seguir. Cómo siempre, el tiempo dirá.